miércoles, 22 de septiembre de 2010

Autumn



Melody Gardot-Worrisome heart.mp3

Tengo una de esas heridas que no quieren cerrarse nunca. De las que dejan una cicatriz a la vista de cualquiera. Son de esas heridas que haciendo cualquier cosa se abren de nuevo cuando menos lo esperas. No sangran pero escuecen una barbaridad. Como esos pequeños cortes entre dos dedos con una hoja de papel, o una caída tonta al subir la compra por las escaleras. Una de esas heridas que te recuerdan la cantidad de pequeños golpes que recibimos cada día, porque curiosa e inevitablemente todos los topetazos van directos ahí. A la herida. Y tú te dices que, estadísticamente, eso no es posible. Recibimos multitud de coscorrones cada día aunque, por suerte, no nos damos ni cuenta. Después nos sorprendemos con un nuevo cardenal y nos preguntamos “¿cuándo cojones me he hecho yo esto?”.
Mi abuela me decía que no me quitase la postilla de una herida (un vicio que tengo, aunque duela) porque si no, me iba a quedar señal. El caso es que hay heridas que dejan cicatriz y otras que no, indistintamente. Es curioso. No sé a qué se debe. Tal vez a la alimentación, o al humor, o a la luna, o a la estación del año… no sé. Esta madrugada comienza el otoño. Me gusta el otoño. Los olores, los colores, la playa desierta, los caminos embarrados… En otoño todavía me apetece sentarme en una terraza a tomar un café, una tarde de sol tibio, para después ver una película tumbado en el sofá, tapado con la primera manta del curso que todavía no huele a . Seguro que cuando saque esa manta, la del otoño pasado, la herida volverá a abrirse.  

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