viernes, 17 de diciembre de 2010

The Bathroom Girl

Hace unos días descubrí, o más bien me presentaron, a uno de esos fenómenos que cuelgan sus vídeos en YouTube. Pero esta joven sobrepasa el apelativo freak de los muchos que pueblan dicha página ya que hay que reconocer que, a pesar de grabarse haciendo covers en el lavabo (algo de lo más normal), la chica tiene talento. Os invito a que curioseéis un rato los videos de TheBathroomGirl.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Meat Loaf

Un banco de piedra a un lado, cubierto con una colchoneta de espuma que se desintegraba grano a grano, otro banco metálico anclado al suelo en el centro y un par de apliques de tortuga con las bombillas inútilmente bien protegidas eran los únicos objetos de la celda. No había ni pica antivandálica ni taza turca. Por eso, aunque estaba en desuso desde hacía por lo menos dos meses, el lugar todavía conservaba cierto aroma rancio de vómito, orín y heces debido a la humedad que sí permanecía. Y yo iba a pasar la noche allí con Zoë. El único lugar decente que las circunstancias nos habían permitido encontrar. El único que podía cerrarse desde dentro.
Nuestra respiración jadeante se acompasaba lentamente y se iba sosegando a medida que recuperábamos el aliento mientras nos mirábamos sonrientes, felicitándonos en silencio por lo que acabábamos de conseguir. Ni un arañazo, ni un tirón de pelo. Ni siquiera un nuevo jirón en nuestra ropa sudada tras la carrera que nos llevó allí.
La miraba a los ojos y aún me costaba creer que algo tan hermoso pudiese estar allí, en esos días, conmigo. Se lo dije sin hablar cuando su cuerpo empezaba a temblar de nuevo, pero no resultó muy convincente porque también yo empecé a hacerlo. Los escalofríos estremecían nuestros cuerpos de nuevo. Escalofríos de terror. Mirábamos las paredes desnudas, con la pintura gris que se desprendía a desconchones, buscando no se sabe muy bien qué. Tal vez intentábamos ver en la penumbra de la celda la imagen de quienes emitían aquellos terroríficos gruñidos desganados, casi lamentos burbujeantes, en algún lugar no muy alejado de nuestro silencioso abrazo. Al parecer no los habíamos despistado.
Habían seguido nuestro olor.
Nuestra vida.
No iban a poder entrar en aquel lugar, cerrado desde dentro cuando entramos, pero sabían que estábamos en el interior. Arañaban con ansia las rendijas de las puertas y ventanas del piso superior como si nuestra pista se concentrase en aquellos lugares. Como el hilo de aire frío que se cuela bajo la puerta en invierno. O peor aún, como el olor de un bizcocho de chocolate que se escapa por la rejilla del horno. Agua y sed. En realidad fue esa la sensación que tuve en aquel momento, y casi me compadecí de ellos. No tenían la culpa de haberse convertido en lo que eran. Estaba empatizando con los zombis que me veían como un puto bizcocho de chocolate. Estuve a punto de susurrárselo a Zoë, pero el terror era demasiado intenso y ningún sonido salía de mi garganta. Además, mi mente volaba desandando el camino recorrido en nuestra carrera hacia los calabozos a través de la comisaría, repasando cualquier detalle o salida que hubiese olvidado cerrar por dentro al entrar, pero una sombra al final del pasillo confirmó que lo había hecho fatal. Pronto fueron varias sombras. Un minuto después, trece seres se apretaban contra las rejas estirando desesperados sus brazos hacia el interior, intentando agarrar su trozo de bizcocho, gruñendo, gimiendo, aullando… era aterrador. Entre espasmos histéricos de terror, acorralados, abrazados en un rincón de la celda, Zoë y yo llorábamos, moqueábamos y orinábamos sin control ni conciencia a pesar de la seguridad de nuestra situación. Muros de hormigón, rejas de acero, comida en las mochilas y las llaves en nuestro poder. Tan seguro estaba de que no iban a poder entrar que cuando vi la primera grieta en el cemento que alicataba la reja a la pared de hormigón, definitivamente me convencí de que estaba soñando y que todo aquello no estaba sucediendo. Un éxtasis de terror. A salvo en mi sueño besé a Zoë y cerré los ojos. Esperaba despertar de un momento a otro por un sonido suave de sábanas a mi lado, o por los rayos del sol, o por una caricia dulce de ella, que me mira sonriente con los ojos hinchados de dormir y el cabello enmarañado.
Pero fue el dolor el que me despertó.
Mi pie no estaba.
Zoë gritaba a seis metros de mí. Ya no me abrazaba. Se sujetaba el vientre intentando evitar que se desparramasen sus intestinos y sonreí estúpidamente al ver al zombi junto a ella porque me recordaba a un gato que juega con una maraña de lana.
Qué calor.
Solo quiero tumbarme a dormir. Cierro los ojos. Me sacuden, algo se ha rasgado.
Ahora tengo frío. Me pitan los oídos.
Ya no oigo nada que no sea un pitido.
Ya no oigo n...


Stuart Immonen

Tiene sus detractores, como casi todos los tenemos (quien no haya usado referencias fotográficas que tire la primera piedra y se aplauda con las orejas) pero a mí me fascinan los dibujos de este cool canadian artist.

Immonen haciéndose un self modeling







domingo, 12 de diciembre de 2010

Instantes

Son capturas que hago durante mi tránsito por Barcelona y alrededores, en cualquier momento.

Cinta intimidante
 
Al final de la escalera
  
Boca de incendios
  
¿Meditación o cuello roto? ...inquietante.

Disco

Ex-pescatería

La casa que mira

Personalidad adhesiva
Siesta perfecta

Eres diferente

Mi dibujo en FNAC


sábado, 11 de diciembre de 2010

Play the game

For all the women and men that are in one of those fuckin' days... :)
actually, I was gonna say "bloddy days" but, you know... may be too disagreeable obvious.

jueves, 9 de diciembre de 2010

La solitud de Patrícia

"Residia a la segona planta de La Torre, un edifici modernista del Masnou reconvertit en llar d'ancians, situat a peu de platja i envoltat de jardins. /...Asseguda en un banc de fusta, entre rosers florits, llimoners, taronjers i mimoses, la meva presència era igual d'insignificant en el mon de silenci d'aquestes persones. Vaig sentir vergonya i por injustificades.
Al meu voltant, persones sense passat ni present, per sort perdudes a mig camí, vivien sense saber-ho i importaven poc o gens a ningú. A penes avui ombres d'amants o estimats, d'essers adorables o odiosos, exemplars o menyspreables. A saber... L'oblit els igualava. Tot aquest pòsit ja no val per a res, vaig pensar. Si la memòria s'ha dissolt, em vaig dir, quin sentit té la vida? /...-Senyoreta Bucana, ve la seva mare."

Extracte de "La solitud de Patrícia" de Carles Quílez, Ed. La Magrana, 2009

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Prosopopeya crepuscular


No sé muy bien cómo empezar. Supongo que debo concentrarme un poco para ver exactamente donde está el principio de la historia y empezar a escribir. Pero eso supone un esfuerzo desmesurado porque el principio es un poco impreciso, así que tal vez sea mejor empezar sin principio, porque como además la historia no tiene final, así descompenso del todo y encima me ahorro el esfuerzo. Simplemente, empiezo.
Y empiezo con mi dedo inmóvil a escasos centímetros del botón de su interfono.
Qué imagen tan trágica, de verdad. No es como en el cine. No suena una música apropiada acompañando al encantador y romántico protagonista que está a punto de conquistar a su amada con un acto de inconmensurable audacia y romanticismo.
Había visto y cerrado su correo electrónico, me había vestido, conducido veinte kilómetros y encontrado un aparcamiento de puta madre, todo en menos de media hora, envuelto en una resolución magnífica. Pero de pronto, en su portal, a punto de pulsar el botón a las cuatro de la madrugada, recordé porqué estaba en mi casa aquella noche cuando había decidido correr hacia la suya. Te aseguro que, cuando tienes tan clara la respuesta que vas a encontrar al otro lado del hilo naranja y te da tanto miedo oírla, ves los botones del interfono con otros ojos. Como si fueses a pulsar el botón rojo de alarma nuclear. La audacia infantil se queda en el País de las maravillas. Así que, tras varios minutos inmóvil, recobré la sensatez, metí la mano en el bolsillo, bien guardadita, y di media vuelta. Al llegar a la esquina, volví a girarme y di dos pasos de vuelta a su portal dudando si debía hacerlo o no. Decidí no hacerlo y me giré de nuevo en busca del coche dando patadas a todo lo que veía por el suelo. Supongo que nunca sabré si hice lo correcto o no, o si tendré una nueva oportunidad para escoger la pastilla roja en lugar de la azul.
Sabía que aquella noche ya no iba a poder dormir, así que decidí conducir sin rumbo. Salí de la ciudad tomando la autovía que una vez recorrimos juntos. No fue una decisión consciente. Simplemente me sorprendí haciendo el mismo recorrido. Siempre me ha gustado conducir de noche, en esas horas en las que solo hay camiones larguísimos circulando. Me recuerda a mi ajetreada infancia. Los viajes de viernes noche a la casa rústica de algún amigo de mis padres en algún pueblecito perdido, la sensación de llegar de madrugada a esos pueblos desiertos, en naranja y negro por la luz de las farolas, con olor a leña húmeda y cuadras. Entrar en esas casas, frías, alumbrándolas con un camping gas y sacando los bártulos de los coches mientras los mayores encendían el generador de corriente y prendían la chimenea. Comer frío de fiambrera porque no eran horas de cocinar, preparar esas camas de lana que olían a moho y rechinaban, para meterte un rato después en ellas con lo frías que estaban, cubierto con tres capas de mantas y rodeados de estufas catalíticas que no dejaban de cantar sus "clic-clic" mientras dormíamos… conducir de noche me trae todos esos recuerdos y me relaja muchísimo.
Pero aquella noche no. No sé porqué, pensaba en injusticias. Me castigaba el orgullo cuando de pronto lo vi. Allí plantado en un lateral de la vía, iluminado brevemente por los faros bizcos de mi coche al pasar. Un caballo blanco.
Lo vi claramente. En serio. Como iba solo por la vía me paré en el arcén sin pensarlo dos veces con la intención de acercarme al bicho y alejarlo de la carretera. Pero al bajar del coche ya no estaba. No me extrañó demasiado. Se habrá alejado solo, pensé. Y sin embargo, aquella zona en la que me encontraba era terreno llano y al barrerlo con la linterna no lo vi. Y podía ver muy lejos con aquella linterna. Sí, ya sé que los caballos son rápidos, pero no tanto. Aquello me desconcertó, porque aún hoy estoy seguro de lo que vi. Pero claro, dadas las pruebas, no pude haber visto lo que estoy seguro que vi.
Ya había alucinado en alguna ocasión en que conduje durante horas con sueño, años atrás, y sé cuales son las sensaciones. Pero en esta ocasión, no tenía sueño, y no era una alucinación. Pero, ¿qué era? Yo había visto un caballo blanco, seguro.
Tenía la sensación de estar en la isla de LOST. No tenía sentido. ¿Había pasado yo al lado de un caballo blanco en medio de la noche, o había pasado él a mi lado? ¿Entonces era mi subconsciente? ¿Me encontraba yo realmente allí? Bueno, estaba tiritando de frío, así que, sí, estaba allí. Y entonces me di cuenta.
Me encontraba haciendo exactamente lo mismo, por las mismas circunstancias, que una hora antes en aquel portal de Barcelona. Tremendamente estúpido, solo, rodeado de nada, y creyendo haber visto un caballo blanco en mitad de la noche.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Despertador

He encontrado la fórmula mágica para despertar temprano a la fiera de diez años sin necesidad de usar un cubo de agua fría o pelearme con él. Esta es la música que pongo a todo trapo a la siete de la mañana para que Iker se despierte con relativo buen humor y energía. Igual a vosotros también os sirve de algo.



Day-o






sábado, 4 de diciembre de 2010

El Naif pragmático

No sé si por alineación de los astros o por la búsqueda de una utópica comprensión entre sexos por parte de numeros@s Blogger@s, en los últimos meses he leído muchas cosas sobre el amor. Desde muchos puntos de vista. No es que lo buscase, es que simplemente muchas personas hablan de amor y desamor (más de lo segundo) y yo lo leo.
Todos sabemos lo que es el amor, así que no voy a ponerme a definir ni a analizar la palabra ni su significado metafísico, esotérico, fisiológico o literario. El amor, a parte de todas sus maravillosas excelencias, hace que veamos, oigamos, pensemos y sintamos algunas cosas que realmente no son.
¿Pero es eso cierto? ¿Es realmente estar enamorado el causante de que nuestra percepción esté alterada? ¿No será que lo que sucede en realidad es que nuestr@ amad@ no nos deja ver todo hasta que llega la relajación o la ruptura, o nunca? Yo creo que un poco de todos. Una amiga muy amada me decía que en asuntos de pareja nunca llegas a conocer realmente al otro y en aquel momento no estaba totalmente de acuerdo. Imagino que era por el concepto que tengo de mí mismo. Pero ahora ya no estoy tan seguro y creo que me acerco más a su opinión.
Por otra parte, todos somos humanos y el amor aparece y desaparece a su antojo. Eso es un hecho. En ocasiones desaparece en una de las partes antes de lo que la otra desearía. En otras ocasiones no desaparece en una de las partes cuando la otra parte y la razón dicen que ya debería de haber desaparecido. “Yo ya no estoy enamorad@” o “debo olvidarl@ pero no puedo dejar de pensar en él/ella".
El caso es que estoy seguro de que todos hemos estado en ambas partes de la ecuación de una ruptura. En el “yo no amo pero él/ella sí”, y en el “yo amo pero el/ella no”, independientemente de si la pareja aún está en marcha como si llevan tiempo separados. Y much@s (que no tod@s) encuentran dificultades en recordar lo que se siente o se piensa en el lado contrario cuando llega la ruptura y solo piensan en sus propios sentimientos. Y ahí reside el problema del desamor en general. En que en la mayoría de los casos, la capacidad de empatizar, aunque parezca una contradicción, es tan incompatible con el amor como lo es la racionalidad y la lógica. No hablo del que ama ni del que no, sino de ambos.
Lo que está claro es que cuando los dolores del desamor llegan y/o permanecen, no debemos culpar al otro por ser crudo, o cobarde, o incomprensible, o contradictorio, sino comprender que no todos somos iguales y que, en principio, nadie hace nada con mala intención, sino que lo hace lo mejor que puede para sobrevivir en una situación tan intensa como es el amor o el desamor y deseando el mal menor al otro, y que nosotros en su lugar podríamos actuar igual o de un modo distinto, pero resultaría tan incomprensible para el otro como lo es su actuación para nosotros.
En cualquier caso, este pensamiento no es más que un pequeño pellizco de todo lo que se puede decir sobre el desamor, sus motivos y sus consecuencias. Durante siglos y siglos l@s más sabi@s han intentado comprender las complejidades del amor y el desamor, y diríase que muchos lo han conseguido pues son leídos y escuchados, pero si eso es así, hoy en día, nosotros aún parecemos incapaces de evitar meternos de cabeza en líos tremendos y pasarlo mal a pesar de la lecciones. Posiblemente si siguiese extendiéndome y desgranando situaciones y sentimientos por páginas y páginas, llegaría a contradecirme en más de una ocasión, si no lo he hecho ya. Muy posiblemente. Es lo que tiene ser un naif prágmático.
Posiblemente porque el amor, en muchas ocasiones, es una contradicción.
Bendita cuando el amor va bien.
Maldita cuando el amor no va.


viernes, 3 de diciembre de 2010

Katsuhiro Otomo

Imaginaos la sensación que hayáis tenido en alguno de esos momentos en los que, habiendo estado consumiendo cualquier tipo de producto durante toda vuestra vida, con diferentes cambios y diferentes variaciones pero lo mismo en definitiva, llega de pronto a vuestros sentidos una bomba sensorial que os hace descubrir de nuevo ese producto haciendo prácticamente imposible concebirlo de otra manera a partir de ese momento. Algo así como “la mujer, o el hombre de tu vida”. Pues esa sensación fue la que yo sentí cuando compré el número 1 de Akira.
Mis cómics preferidos eran europeos o americanos, y lo único japonés que conocía era lo que veía en la tele. Pero en una de esas extrañas e inusuales aperturas de mente que tuve a los catorce años me dio por comprar ese exótico cómic japonés, a ver qué tal.
Y ¡Bam! Era como estar viendo una película. El dinamismo de las imágenes, la fluidez de las viñetas y el texto justo y necesario me hicieron devorar ese número 1 a la velocidad del rayo. Recuerdo que lo compré con un colega con el que compartí el gasto. Lo leímos los dos juntos en su casa tirados en el suelo escuchado a Meat Loaf en la mini-cadena carísima de su hermano mayor (sin que él se enterase, claro), y cuando relajamos el estado de éxtasis sensorial un par de minutos después de haber leído la última página, volamos a Norma Cómics a por los siguientes cuatro números que ya estaban publicados agotando los cuatro duros que teníamos entre los dos. Habíamos olvidado dejar la mini-cadena como estaba al ir a comprarlos y cuando volvimos a casa felices con nuestra compra y deseosos de saborearla, su hermano también había vuelto. Miraba alternativamente su mini-cadena abierta y nuestras caras de gilipollas mientras hacía crujir los nudillos, uno a uno. Qué gran tarde…
Ese fue mi caso. Pero como yo, fueron muchísimos los aficionados al cómic que se rindieron al nuevo estilo que venía del país del sol naciente. Por ese motivo Katsuhiro Otomo se convirtió en cabeza de lanza del boom del Manga en occidente (Akira Toriyama con Dr.Slump o Dragon Ball sería otro, pero esa es otra historia)
 
Otomo nació en 1954 en Hasama, y creció en una sociedad convulsa y en continuo cambio, protestas por aquí, protestas por allá, manifestaciones, exclusión social, lo cual se reflejó tanto en sus dibujos como en sus guiones. Le preocupaban mucho esos cambios y hacia donde se dirigía la sociedad japonesa de aquellos años, y por lo que se refleja en su obra, no se adivinaba un tipo optimista.
 
Su narración es muy cinematográfica. Como decía antes, leer sus cómics es como estar viendo una película. Y una película muy rápida porque se leen muy deprisa. Pero en una segunda lectura, se puede disfrutar cada viñeta con el detenimiento de quien visita un museo. Unos dibujos dinámicos y extremadamente realistas (excepto las caras, que conservan los rasgos manga) en los que el texto se torna en simple apoyo la mayor parte del tiempo porque los dibujos hablan solos.
 En mi opinión, Otomo es quien mejor representa el movimiento en sus dibujos de todo el planeta.  
 
Y lo mismo se puede decir de su habilidad para representar con total credibilidad la cotidianeidad, la belleza de una escena de caos en una multitud donde cada persona está haciendo algo diferente. Un mercado, el patio de una guardería, o un sucio callejón lleno de putas, drogadictos y moteros camorristas. Mención aparte para los diseños futuristas de vehículos y entornos, de una calidad pasmosa debida a sus estudios de arquitectura y diseño industrial. Todo eso unido al talento narrativo hace que Otomo sea uno de los maestros del género. Y mi principal influencia.
Un día de estos escribiré un post con mis influencias, y ya veréis el lugar que ocupa Otomo.