martes, 5 de octubre de 2010

Pequeños desastres que acechan al girar la esquina


—No está bien eso que haces.

—¿El qué?

—En fin, en realidad creo que haces lo correcto, pero no me gusta que seas tú quien lo haga. No sé, resulta extraño. No parece propio de ti.

—¿De qué me estás hablando?

—Aplastar así al pobre animal. Me parece cruel.

—Es una mantis y tiene el abdomen espachurrado porque algo o alguien, queriendo o sin querer, la ha aplastado. Yo sólo la he mirado de cerca porque me encantan los ojos de las mantis.

—¡Y la has aplastado con tu botaza!

—He terminado con su sufrimiento.

—No lo sé. Sólo digo que no parece propio de ti.

—¿Propio de mí...?   Vale, ¿qué se supone que debería haber hecho? ¿llevarla al veterinario en una caja de zapatos con agujeritos en la tapa para que pueda respirar... con el abdomen que NO tiene?

—¿Si fuese mi Bitxu habrías hecho lo mismo?

—En las mismas circunstancias, probablemente.

—No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿me lo estás diciendo en serio?

—¡Pero si sólo movía una antena y era un reflejo del sistema nervioso!

—Eres un cabrón insensible... ¡es un ser vivo!

—Mujer… vivo, lo que se dice “vivo”…

—Mira, me voy a casa. No me llames luego que me iré pronto a dormir.

—¿¡Qué!? Pero, pero, pero… si íbamos a…

No me encuentro bien. Me has puesto enferma.

—Tu ya vienes enferma de serie.

Adéu.

—Y todo por un bicho muerto. Esta tía está fatal.

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